Solía llevarme el bocadillo de casa los primeros días en la universidad. Poco a poco, fui ubicándome y haciendo nuevas amistades. Estudiaba Turismo en la Ferran Agulló, ubicada en la Casa de la Cultura. Decidimos buscar un lugar donde desayunar, pero que también tuviera mesas grandes por si teníamos que hacer trabajos en grupo. Poco a poco nos fuimos enamorando del Bar Doble Set. Lo lideraba Ramona, una mujer que siempre nos regalaba una sonrisa y unas bonitas palabras cuando llegábamos, y que en pocas semanas ya nos hizo sentir como si fuéramos de la familia. Un local que frecuentaban los socios de la peña Doble Set, porque era su local social, y también los abuelos que iban a jugar a las cartas y al dominó y, poco a poco, médicos y médicas que iban a almorzar. Esta mujer, nacida en la calle Cort Reial, enamorada de Girona y que ha vivido la evolución económica, social, cultural y turística de la ciudad, dinamizó aquel negocio haciendo valer su liderazgo personal, su espíritu emprendedor y el arte de servir con hospitalidad y sonrisas cada día, en cada café y en cada bocadillo que hacía. Recuerdo entrar a la cocina, donde era habitual ir a hacer el pedido, y que al instante te preparara, con alegría y ternura, aquel pan untado con un buen tomate, un buen aceite, un buen embutido o una tortilla y un toque de amor que hace únicos e inolvidables los momentos. Recuerdo estar estudiando para los exámenes y que viniera a darme ánimos y apoyo para que no dejara de creer en mí y a darme algún abrazo cuando lo necesitaba. Recuerdo que por Navidad decorar un árbol bonito donde colgaba regalos para las clientas. Una mujer referente que supo estar en una sociedad aún muy gobernada por corbatas y que, con nostalgia, me explicaba cómo el café desapareció, para adaptar la isla que rodeaba el antiguo Hospital Santa Caterina con la actual delegación de la Generalitat en Girona. Nos encontramos en la cafetería del Hotel Carlemany, donde ella y las amigas se encuentran cada tarde para charlar, y compartimos recuerdos de vida elogiando a su difunto esposo, Miquel, a quien nunca ha olvidado y con quien disfrutaba yendo en moto y compartiendo voluntariado para hacer compañía a personas enfermas. También hablamos de su familia y de las amistades que conserva con personas que conoció durante los casi veinte años que llevó el café. Ahora tiene noventa y dos años y sigue siendo risueña, hospitalaria, bonita, presumida y amorosa. Pero, ¿sabes qué? Me hizo llorar cuando me enseñó una carta que yo le había manuscrito en el verano del 89, agradeciéndole su estima y afecto durante mi etapa universitaria. Leerla me hizo comprender que cuando hay conexión emocional es para siempre, y eso solo pasa con algunas personas. Abrazo de gratitud, Ramona, por guardar la carta, eso significa que ya de joven yo escribía con el corazón.