Cuando era pequeña, entre los cuatro y cinco años, me gustaba correr por el pasillo de casa hasta llegar al comedor y coger el teléfono que sonaba. Con un hola, preguntaba quién era, qué quería y, si era el caso, pasaba la llamada a mamá o papá. Teníamos un teléfono rojo, muy bonito, al lado había una libreta pequeña para apuntar quién había llamado, la hora y el motivo, por si teníamos que dejar el mensaje y la memoria nos fallaba. Unos años más tarde, recuerdo que subía a una silla para cantar, recitar y leer. Probablemente, todo eso cuenta en mis inicios de comunicación en público, porque lo hacía frente a la familia y también amistades y vecinas.
Éramos creativos en casa y entre los hermanos y primos, en una masía que tenemos, organizamos pequeños eventos de música y teatro y cobramos una pequeña entrada. Solía ser la presentadora. Ya en la adolescencia, entre los catorce y quince años, que ya no subía a la silla, por la vergüenza y la edad supongo, recuerdo cómo me gustaba leer aquellas redacciones y resúmenes de libros de lectura obligatoria que en la escuela nos ponían de deberes. Empecé a escribir para la revista del Instituto y estaba en la organización de salidas, actividades teatrales, convivencias y otras chucherías hasta que me diplomé en Turismo en la Universidad.
Tenía claro que mi destino abrazaba las palabras comunicación, personas y escribir, supongo que por eso decidí entrar en la industria de la Felicidad, el sector del Turismo. ¿Por qué te cuento esto? Porque es importante recordar qué nos gustaba hacer cuando teníamos cuatro y cinco años, cuando teníamos catorce y quince años, encontrando así el hilo conductor que forma parte de nuestro Ikigai, ya lo sabes, la filosofía japonesa nos lo explica muy bien. Aquello que relaciona tu don, con lo que te gusta, que también te pagarán si lo haces y que pueda contribuir en hacer un mundo mejor.